Ya lo afirmaba Wittgenstein en su cuaderno azul, las causas solo pueden conjeturarse. Y que razón tenía, pero no la suficiente: las causas son posteriores a los efectos.
Vivimos en un mundo cuántico, donde espontáneamente aparecen y desaparecen electrones. Las cosas, como vibraciones espaciotemporales, ocurren en un presente infinitesimal, aisladas de todo pasado y futuro. El efecto es lo que se muestra. La causa, sólo una sombra, que se deja entrever al enfocar con la linterna de la razón. Una sombra indistinguible de las otras, que danzan alegóricamente en la caverna. Tal vez, si prestáramos mucha atención, veríamos que la sombra que creemos haber encontrado, es nuestra propia sombra, o la de la linterna.
Tampoco hay causas de causas como no hay sombras de sombras, ni podemos trocar causa por efecto, por que la causa pertenece al pasado y el efecto al presente. Ambos, en planos paralelos, irreconciliables.
Somos los hombres, esos monos contadores de historias, los que tejemos, a nuestro gusto, una discreta sabana con la realidad, para cubrirnos los ojos, por el horror que nos provoca esta entropía.
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